No me da miedo la noche
que, a fin de cuentas,
es la telonera del día.
Ni me da miedo la oscuridad
que, a la postre,
es difícil de encontrar.
Me da miedo no ver
tu melena blanca y salvaje,
tus arrugas de risa,
tus muecas que me hacer reír a mí.
Eso sería castigo:
no poder apreciar
la mitad de las razones
que hacen la vida llevadera.