Llegado un punto
del camino
las calles no
tienen nombre.
Ese punto donde
la ciudad
llega a un
principio de acuerdo con el mar
y los gatos
riñen con las gaviotas.
Donde una
rendición puede ser una victoria.
O un
aplazamiento de sentencia.
Donde solo
puedes tomar asiento
entre cascotes y
herrumbre
y donde perros
flacos y filosóficos
te susurran: “memento
mori”.
Es en ese punto
y momento
cuando sabes,
sin dudar,
que has de dar
media vuelta
porque el yermo
siempre estará ahí,
paciente a la
espera de tu necesidad.