Ya viene
acabando julio
y los días de
poniente,
feroz y amable
en su esquizofrenia,
me empujan a
subir a la cofa,
al nido del
vigía,
y me arrolla el deseo
lúcido
de ser Odiseo,
dejar atrás
la bella Ítaca y
aproar
hacia las
lejanas sonoridades:
Kefalonia,
Mikonos,
la apocalíptica
Patmos
o la aérea
Ikaria,
Lesbos
abarrotada o Samotracia.
Es fácil ponerse
pedante
ante la
perspectiva del viaje.