Las guerras no son nobles
ni hermosas,
ni siquiera homéricas.
La épica la redacta siempre
alguien ajeno a la trinchera
o algún superviviente
que quiere conjurar
el perdón
por el pecado de vivir
donde tantos cayeron.
Las guerras humillan,
trituran al que está en el frente
y aplastan a quien espera,
retorciéndose las manos
y el alma.