Escucho hoy música,
canciones lentas y melódicas
que arañan con pasión turbia
la espalda de mi memoria.
Son perfectas
para llorar con levedad
y sin drama
cuando sé que nadie
puede verme.
Pero no puedo evitar
el temor a que,
en un futuro no lejano,
algún publicista banal
las humille
usándolas como jingle
en un anuncio
de desodorante
con nombre absurdo.