LENTO

Eran aquellas tardes
de tristeza y soledad,
entendedme bien:
no de una soledad malvenida,
o de una tristeza
de domingo por la tarde.
Eran, más bien,
de soledad atesorada,
de tristeza esponjosa.
Eran, quizás, de lágrimas al sol
y añoranza de no-saber-bien-el-qué…
Eran tardes de incompletud,
de inventar palabras
para definir lo indefinible,
de ajusticiar dolores físicos
y de los otros.
Eran tardes de enredarme
en espirales logarítmicas
de autoengaño
y mezquindad de nivel usuario.
Fueron tardes de desguace
y tienda de viejo.
Fueron tardes de buscarte
en recuerdos húmedos
y carnales.
Y duraron hasta que
el camarero dijo:
“Disculpa pero
hemos de cerrar”.

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